Día internacional del Voluntariado – 5 de diciembre
“Ser voluntario es dar a los demás una pequeña parte de tu propia vida”
Una joven, Paqui, nos comparte su experiencia en los campamentos del Sáhara:
El azar suele viajar de incógnito, toma asiento a nuestro lado y nos acompaña silencioso, alterando tímidamente nuestras vidas sin que apenas nos percatemos de ello. A menudo lo hace disfrazado de pequeñas casualidades de circunstancias cotidianas o de acciones y decisiones aparentemente intrascendentes. Es sólo, después, al mirar atrás, cuando somos capaces de entender el importante papel que éste ha jugado en nuestro viaje por la vida.
Así fue como por casualidad me vi viviendo quince días en los Campos de Refugiados del Sahara. Cuando me preguntan por mi experiencia contesto siempre igual: “hay que vivirla, ir allí e impregnarse de cómo es su vida, de cómo viven”. Vida robada por estos políticos que nos gobiernan y para los que no somos más que meros trozos de tierra, dinero e intereses, que crean ellos según sus necesidades.
Llegar allí es llegar a “otro mundo”. No hay nada que te indique por dónde tienes que ir, un inmenso desierto es su territorio. Territorio prestado hasta que algún día puedan conseguir el sueño de volver a sus “Territorios Ocupados”. Esa es la palabra que más oí durante esos días: Territorios Ocupados. El Pueblo Saharaui se ha reinventado, sobreviven de la nada, pero de la nada, porque poco puede dar el desierto. Viven sin saber bien su identidad, establecidos en un país que los tiene acogidos y a su vez pensando y sintiendo como si vivieran en el suyo propio
Cada asentamiento de refugiados (sus “ciudades”) se llaman Wilayas y se componen de varias dairas y estas se dividen a su vez en barrios. Cada asentamiento lleva los nombres de las ciudades que tuvieron que abandonar Aiun, Smara, Auserd, Bojador y Dajla. Comenzaron viviendo en Jaimas que les proporcionó la ONU, poco a poco (ya son 39 años desde que los expulsaron) se han ido organizando y construyendo casas de adobe para tener una vida digna. El WC no existe, algo parecido a ello es un habitáculo fuera de las casas, no tienen luz. El baño, un “lujo” y el agua racionada, pues solo disponen de la que cada cierto tiempo un camión cisterna lleva a sus precarios depósitos.
Me llamó la atención el papel tan importante que tiene la mujer en la vida social, sobre todo en la política. Las dairas están presididas, dirigidas y organizadas por ellas.
La pobreza tiene ojos, y estos te atraviesan como puñales, cuando a la hora de la comida, los niños se apartan y te dejan que comas. Saben que vamos a ayudarlos, son corteses y amables hasta más no poder. Su realidad es tan dura que te dan todo lo que tienen como agradecimiento. Siempre tienen las “puertas abiertas”, es normal que siempre haya algún amigo o vecino conversando mientras hacen el té, ritual como pocos. Cómo lo elaboran, cómo lo sirven y cómo te lo ofrecen. Los alimentos que tienen: arroz, harina, pastas y legumbres, proceden de la ayuda humanitaria. Siempre te esperan con una sonrisa, contentos.
Y también la alegría, el bullicio, el juego de los niños, para los que los zapatos poco importan, con algo parecido a un balón es suficiente para que se pasen horas jugando, peleándose, riéndose. Y cómo dejan el juego para que, en cualquier parte, sobre todo los pequeños, se bajen los pantalones y hagan sus necesidades.
Hay mucha más gente de la que creemos que dedica toda su vida a los demás porque creen que otro mundo es posible. No un mundo perfecto, sino simplemente un mundo más justo. Vivimos en una sociedad consumista, egoísta e individualista pero os puedo asegurar que el altruismo existe, yo lo he vivido.
Una conclusión importante: un voluntariado sobre el terreno no cambia mucho. Quince días no son suficientes para hacer grandes cosas. Haciendo honor a la frase de Teresa de Calcuta sobre las pequeñas acciones: “Si estas gotas de agua no existieran, quizás el océano las echaría de menos”. Pero quince días nuestros, y otros tantos de otros, son más gotas que dan forma al océano.
Quien más cambia haciendo un voluntariado es al propio voluntario, y su verdadero poder transformador empieza realmente cuando vuelves a casa y te percatas de la burbuja donde habías vivido. Es entonces cuando tienes la capacidad de implicar a otras personas que a la larga harán más pequeños cambios e implicarán a otras personas, construyendo así una cadena interminable.
Sus necesidades nada tienen que ver con las nuestras, pero yo me he quedado con una necesidad suya que difícilmente llegaré a satisfacer en mi “mundo», y es dormir al raso, cual nómada, teniendo por techo un cielo colmado de estrellas. Volveré el año que viene a ver a mis niños, a sus madres, a la escuela, a visitar enfermos…
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